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Mostrando entradas de febrero 13, 2012

Diario Estelar Planeta Tierra

Tomó la cazadora para salir a la calle y despejar sus pensamientos del enorme ruido de la voz del escritor. Su vida era suya, aunque pudiera ser determinada por la necesidad de pertenecer a una sociedad y aceptar, que remedio, todas sus normas, o casi. El aire le hizo sentir la euforia de perder de vista su piso con su atmósfera llena de la niebla de sus iras y represiones. Estaba viva la vieja naturaleza. Todo sigue en el mundo, no gira por nuestro bien, es inmune a nuestras necesidades, poco le importa lo que hagamos excepto a nuestra vanidad que nos hace creer que controlamos su marcha y averiguamos sus secretos, ¡Qué ingenuos! El trabajo, la rutina, la necesidad para comer y disfrutar de la realidad. La entrada en el agujero del transporte público estaba aceptable, no más sucia de lo normal y la policía acababa de detener a los mendigos del día, los músicos habían huido antes, aprovechando que las limitaciones de la policía no les permitía acciones múltiples y rápidas. Los pequeñ

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Aura comprendió que estaba en una pobre historia de ficción, que aquel escritor no sabía de que estaba hablando, y como personaje no tenía nada que decir. De que hablaría: de la eterna rueda de la humanidad, de ese avance que parece lineal pero que es un círculo o una espiral que se retuerce hasta llegar otra vez a su inicio. Mucha geometría parece todo eso. Lo único cierto es que la humanidad se había rendido ante el poder concentrado de la economía y aceptaba que la democracia fuera una apariencia. En cierto sentido, parecía una buena elección: para qué luchar si los consorcios ya diseñaban lo necesario para la mayoría de las personas. Les daban ciertas seguridades: una educación, una sanidad y unas distracciones o, como se decía antes, días de vino y rosas (Aura parece recordar que esta frase se pronuncia en una triste película, además en blanco y negro).  Libertad para qué, dijo Lenin; libertad para qué dicen los consorcios: ser libres no es fácil, es más sencillo que el camino est

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Ha amanecido, desde la ladera de la colina se puede ver como el sol se asoma lentamente en el horizonte marino. Hace tiempo que nadie, o casi nadie, mira esa luz; no puede, no sabe o no quiere. Los edificios tapan el paisaje, solo se ve el edificio que está enfrente o cualquier construcción que tapa la visión del mar. Estamos en Barcelona, en el año 2025, la ciudad de los prodigios como la bautizó el escritor Eduardo Mendoza. Hace años que Europa ha dejado de ser un referente para el mundo. El sur de Europa es una región empobrecida y en la que han crecido los barrios pobres y marginales. En esta ciudad, como en el resto de la región, los ricos viven protegidos copiando los modelos americanos de zonas residenciales amuralladas. Las calles en la ladera de la colina no están asfaltadas, por ellas circulan coches ocasionales y el ayuntamiento no está dispuesto a gastar nada en los que no pagan impuestos, preferiría echarlos pero no puede o no se atreve. La ladera recuerda a las favelas de