Diario Estelar Planeta Tierra
Tomó la cazadora para salir a la calle y despejar sus pensamientos del enorme ruido de la voz del escritor. Su vida era suya, aunque pudiera ser determinada por la necesidad de pertenecer a una sociedad y aceptar, que remedio, todas sus normas, o casi. El aire le hizo sentir la euforia de perder de vista su piso con su atmósfera llena de la niebla de sus iras y represiones. Estaba viva la vieja naturaleza. Todo sigue en el mundo, no gira por nuestro bien, es inmune a nuestras necesidades, poco le importa lo que hagamos excepto a nuestra vanidad que nos hace creer que controlamos su marcha y averiguamos sus secretos, ¡Qué ingenuos!
El trabajo, la rutina, la necesidad para comer y disfrutar de la realidad. La entrada en el agujero del transporte público estaba aceptable, no más sucia de lo normal y la policía acababa de detener a los mendigos del día, los músicos habían huido antes, aprovechando que las limitaciones de la policía no les permitía acciones múltiples y rápidas. Los pequeños rateros eran capaces de camuflarse de modo que era muy difícil detenerlos en grupo o, simplemente, a uno cualquiera. Vio en el andén a Fran, un viejo conocido. Fran siempre se sentaba en el mismo banco, no sabía como lo conseguía, y miraba a la pared de los anuncios como quién mira el borde del cosmos. Le aceptaba por sus pocas palabras, bien medidas y pronunciadas después de largos silencios.
-Hola, Fran ¿Cuánto falta para el próximo tren?
Como siempre Fran no contestó, miró a Aura, sonrió y dejo que su brazos y hombros hablarán: no lo sé, o eso fue lo que tradujo Aura.
-Vaya, hoy tienes pocas ganas de saludar
-Hola - respondió Fran por cortesía-
-En que estabas pensando, siempre me sorprendes
-Qué quieres que te cuente, Aura. Lo de siempre, es aburrido repetir las frases ya oídas, las quejas circulares y las alegrías vacías de verdad. Prefiero que me mires y mirarte, es más fácil, no necesitas nada más para saber lo que pienso. Cuando queremos decir algo importante, siempre, y antes de hablar, nuestra mirada ya lo ha dicho todo. No hay mucho más que explicar. Deja resbalar tus pensamientos y olvida, por un instante, todas las preocupaciones.
El trabajo, la rutina, la necesidad para comer y disfrutar de la realidad. La entrada en el agujero del transporte público estaba aceptable, no más sucia de lo normal y la policía acababa de detener a los mendigos del día, los músicos habían huido antes, aprovechando que las limitaciones de la policía no les permitía acciones múltiples y rápidas. Los pequeños rateros eran capaces de camuflarse de modo que era muy difícil detenerlos en grupo o, simplemente, a uno cualquiera. Vio en el andén a Fran, un viejo conocido. Fran siempre se sentaba en el mismo banco, no sabía como lo conseguía, y miraba a la pared de los anuncios como quién mira el borde del cosmos. Le aceptaba por sus pocas palabras, bien medidas y pronunciadas después de largos silencios.
-Hola, Fran ¿Cuánto falta para el próximo tren?
Como siempre Fran no contestó, miró a Aura, sonrió y dejo que su brazos y hombros hablarán: no lo sé, o eso fue lo que tradujo Aura.
-Vaya, hoy tienes pocas ganas de saludar
-Hola - respondió Fran por cortesía-
-En que estabas pensando, siempre me sorprendes
-Qué quieres que te cuente, Aura. Lo de siempre, es aburrido repetir las frases ya oídas, las quejas circulares y las alegrías vacías de verdad. Prefiero que me mires y mirarte, es más fácil, no necesitas nada más para saber lo que pienso. Cuando queremos decir algo importante, siempre, y antes de hablar, nuestra mirada ya lo ha dicho todo. No hay mucho más que explicar. Deja resbalar tus pensamientos y olvida, por un instante, todas las preocupaciones.
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